GARCÍA LORCA: SANTIAGO (Balada ingenua) 1918


  

  
   Poco medió entre la visita que hizo a Galicia y la escritura de este poema dedicado al apóstol Santiago. Escrito en Fuente Vaqueros (Granada) y fechado el 25 de julio 1918, fue incluido en su Libro de poemas. En las palabras de justificación que escribe al comienzo de esta obra afirma: "Tendrá este libro la virtud [...] de recordarme en todo instante mi infancia apasionada correteando desnudo por las praderas de una vega sobre un fondo de serranía". Parece que fue uno de los poemas que primero recitó en público el joven escritor.

Santiago (balada ingenua describe al apóstol en el cielo recorriendo la Vía Láctea:
I
Esta noche ha pasado Santiago
Su camino de luz en el cielo.
Lo comentan los niños jugando
Con el agua de un cauce sereno.

¿Dónde va el peregrino celeste
Por el claro, infinito sendero?
Va al aurora que brilla en el fondo
En caballo blanco como el hielo.

¡Niños chicos, cantad en el prado
Horadando con risas el viento!

Dice un hombre que ha visto a Santiago
En tropel con doscientos guerreros.
Iban todos cubiertos de luces,
Con guirnaldas de verdes luceros,
Y el caballo que monta Santiago
Era un astro de brillos intensos.

Dice el hombre que cuenta la historia
Que en la noche dormida se oyeron
Tremolar plateado de alas
Que en sus ondas llevose el silencio.

¿Qué sería que el río parose?
Eran ángeles los caballeros.

¡Niños chicos, cantad en el prado
Horadando con risas el viento!

Es la noche de luna menguante.
¡Escuchad! ¿Qué se siente en el cielo,
que los grillos refuerzan sus cuerdas
y dan voces los perros vegueros?

– Madre abuela, ¿cuál es el camino,
Madre abuela, que yo no lo veo?

– Mira bien y verás un cinta
De polvillo harinoso y espeso,
Un borrón que parece de plata
O de nácar. ¿Lo ves?
                                  – Ya lo veo.

– Madre abuela, ¿dónde está Santiago?
Por allí marcha, con su cortejo,
La cabeza llena de plumajes
Y de perlas muy finas el cuerpo,
Con la luna rendida a sus plantas
Con el sol escondido en el pecho.

Esta noche en la vega se escuchan
Los relatos brumosos del cuento.

¡Niños chicos, cantad en el prado
Horadando con risas el viento!
II
Una vieja que vive muy pobre
En la parte más alta del pueblo,
Que posee una rueca inservible,
Una virgen y dos gatos negros,
Mientras hace la ruda calceta
Con sus secos y temblones dedos,
Rodeada de buenas comadres.
Y de sucios chiquillos traviesos,
En la paz de la noche tranquila,
Con las sierras perdidas en negro
Va cantando con ritmos tardíos
La visión que ella tuvo en sus tiempos.

Ella vio en una noche lejana
Como esta, sin ruidos ni vientos,
Al Apóstol Santiago en persona,
Peregrino en la tierra del cielo.

– Y comadre, ¿cómo iba vestido?
La preguntan dos voces a un tiempo.

– Con bordón de esmeraldas y perlas
Y una túnica de terciopelo.

Cuando hubo pasado la puerta,
Mis palomas sus alas tendieron,
Y mi perro, que estaba dormido,
Fue tras él sus pisadas lamiendo.
Era dulce el Apóstol divino,
Más aún que la luna de enero.
A su paso dejó por la senda
Un olor de azucena y de incienso.

– Y comadre, ¿no le dijo nada?
La preguntan dos voces a un tiempo – .

– Al pasar me miró sonriente
Y una estrella dejome aquí dentro.

– ¿Dónde tienes guardada esa estrella?
La pregunta un chiquillo travieso – .

– ¿Se ha apagado – dijéronle otros –
Como cosa de un encantamiento?

– No, hijos míos, la estrella relumbra,
Que en el alma clavada la llevo.

– ¿Cómo son las estrellas aquí?
Hijo mío, igual que en el cielo.

– Siga, siga la vieja comadre.
¿Dónde iba el glorioso viajero?

– Se perdió por aquellas montañas
Con mis blancas palomas y el perro.
Pero llena dejome la casa
De rosales y de jazmineros,
Y las uvas verdes de la parra
Maduraron, y mi troje lleno
Encontré la siguiente mañana.
Todo obra del Apóstol bueno.

¡Grande suerte que tuvo, comadre!
Sermonearon dos voces a un tiempo -.

Los chiquillos están ya dormidos
Y los campos en hondo silencio.

¡Niños chicos, pensad en Santiago
Por los turbios caminos del sueño!

¡Noche clara, finales de julio!
¡Ha pasado Santiago en el cielo!

La tristeza que tiene mi alma,
Por el blanco camino la dejo,
Para ver si la encuentran los niños
Y en el agua la vayan hundiendo,
Para ver si en la noche estrellada
A muy lejos la llevan los vientos.


   El poema está distribuido tipográficamente en dos partes numeradas, que reconstruyen dos escenas ambientadas en épocas diferentes. Cada una de ellas se divide a su vez en estrofas de desigual número de versos: en la primera 13 y en la segunda, 18. Son todos decasílabos, con rima de romance: riman en asonante los versos pares a lo largo de toda la composición y quedan sueltos los impares. La utilización del decasílabo es poco usual en la poesía española, pero tuvo cierto éxito en la poesía romántica y fue utilizado por autores como Bécquer y Espronceda. El acento estrófico coincide en la penúltima sílaba, la novena, lo que marca el ritmo impar del poema. No existen en posición de pausa versal ni palabras agudas ni esdrújulas, como era frecuente en el modernismo.
   En la primera parte, está presente un estribillo, en forma de apóstrofe lírico exclamativo y enfático, que se repite en tres ocasiones: ¡Niños chicos, cantad en el prado/ Horadando con risas el viento! En la segunda se repite una sola vez con variantes significativas:¡Niños chicos, pensad en Santiago/ Por los turbios caminos del sueño!
   Se trata, pues, de una estructura de romance, que favorece el relato de historias, porque se es una composición de un número no prefijado de versos. Consta de partes narrativas y otras dialogadas, de escenas en que un narrador en tercera persona cede la voz a los personajes (entre la madre abuela y los chicos, por ejemplo, en la primera parte; y entre una vieja y sus comadres y chiquillos, en la segunda).
   Hay en el romance recuerdos de la técnica del romancero viejo: las apelaciones al oyente (¡Escuchad!), constantes marcas de oralidad, presencia de estribillos y repeticiones léxicas (Siga, siga, la vieja comadre)
   Tras el relato de la anciana y la imagen de los niños dormidos, cambia el tono y la actitud del hablante lírico. Aparece destacado su sentimiento de tristeza, que espera que desaparezca (para ver si la encuentran los niños/ y en el agua la vayan hundiendo;/ o muy lejos la lleven los vientos. Este fragmento final contrasta con todo lo anterior, sobre todo con la alegría que se manifestaba en los juegos de los niños.
   La voz en tercera persona, en forma de enunciación lírica, es la predominante en la parte narrativa: Santiago ha pasado por la vía Láctea esa noche. De ello ha habido testigos (Lo comentan los niños jugando; dice un hombre que ha visto a Santiago, dice el hombre que cuenta la historia...)
   Va montado en su caballo blanco, acompañado de doscientos guerreros, como un peregrino celeste que recorre la Vía Láctea (el claro, infinito sendero). La descripción del cortejo está directamente asociada con la luz de las estrellas en el cielo en una noche de verano (iban todos cubiertos de luces, con guirnaldas de verdes luceros, el caballo es un astro de brillos intensos). Esta es más perceptible porque se trata de una noche de luna menguante.
   Es la madre abuela la que describe el camino de Santiago a los niños: Mira bien y verás un cinta / De polvillo harinoso y espeso,/ Un borrón que parece de plata/ O de nácar. ¿Lo ves?. Y todo ello tiene como fondo la vega de la huerta de San Vicente en donde se escuchan los relatos brumosos del cuento. Los niños en el calor de la noche de julio juegan con el agua del cauce sereno. La naturaleza también es partícipe de ese milagro (el río parose; los grillos refuerzan sus cuerdas, dan voces los perros vegueros).
   En la segunda parte es una anciana pobre, que rodeada de comadres y de niños recuerda la visión que tuvo, la de un apóstol peregrino vestido con bordón de esmeraldas y perlas y una túnica de terciopelo. Tras su paso se obró el milagro, pues deja a su paso un olor de azucena e incienso, deja en flor los rosales y jazmines o maduraron las uvas.
   En cuanto a la iconografía con que se describe al Apóstol, destaca sobre todo la presencia del caballo blanco, que forma parte de la tradición (Incluso existe una adivinanza ¿De qué color es el caballo blanco del apóstol, que se utiliza para comprobar si el interlocutor presta atención). El caballo blanco representa un elemento inseparable del luchador venerado. En diversos milagros contenidos en el Códice Calixtino se hace referencia también a la aparición de Santiago Apóstol a lomos del caballo blanco, siempre para socorrer a aquellos que imploran su ayuda y, a continuación, les pide que emprendan el Camino de Santiago, como agradecimiento. Así, el caballo blanco aparece mencionado en los milagros IV, XV y XVI. En este caso, aunque va acompañado de un ejército de doscientos caballeros, la imagen está desprovista de tonos bélicos. Solo se recurre a elementos ornamentales: Iban todos cubiertos de luces, con guirnaldas de verdes luceros; el caballo es un astro de brillos intensos, de perlas muy finas su cuerpo...todo se asocia a luz y a belleza. El léxico ornamental, los materiales nobles son elementos característicos del modernismo. 
Bibliografía: José Manuel Pedrosa.
 
En su Libro de poemas hay otras alusiones a Santiago peregrino. En el poema "Sueño" dice:

"Ese es tu camino.
"¡Es ése!", gritó mi sombra,
disfrazada de mendigo.
"¡Es aquel de oro!", dijeron
mis vestidos.
Un gran cisne me guiñó,
diciendo: "¡Vente conmigo!"
Y una serpiente mordía
mi sayal de peregrino."
 
También Suites aparece un breve poema titulado "Franja" con alusión al camino de Santiago:

Franja

El camino de Santiago.
(Oh noche de mi amor,
cuando estaba la pájara pinta
pinta
pinta
en la flor del limón.)

En definitiva, las referencias a Santiago peregrino reaparecen en su obra aquí y allá, en su poesía y un su teatro